La Mancha de Rolando presentó su nuevo trabajo discográfico, «Espíritu», con un sonido y una prédica setentistas. Y mucho rocanrol. La crónica de Guillermo Boerr, para Clarín.
foto: diario Clarín
|
«Usamos las canciones como en los setenta usaban los fusiles», le dijo el sábado a por la noche un felicísimo Manuel Quieto al público que llenó Obras. El cantante de la Mancha de Rolando tenía motivos para estarlo: tras casi quince años de trayectoria y a paso lento pero firme, la banda de Avellaneda se consolidó como uno de los números más sólidos y convocantes de la segunda generación del rock barrial. Pese que «Espíritu», el nuevo disco del grupo, había salido hacía apenas diez días, la gente respondió con la fidelidad cultivada a lo largo del tiempo. Otro artista seguramente hubiera esperado algún tiempo más antes de presentar el flamante álbum. La Mancha, no.
La referencia de Manu a la lucha armada no es casual: su padre y su tío fueron montoneros. Y, aunque la posición política de la Mancha siempre estuvo más o menos presente en su obra, nunca fue tan explícita como en el disco nuevo, con letras de neto corte bolivariano. Como para cerrar el círculo, Franchie (guitarrista y la segunda gran pata en la que se apoya la topadora del sur) dice que «el disco que hicimos parece de los setenta». Viniendo de un fanático de Led Zeppelin, eso no puede ser malo.
El sonido fue impecable aunque no atronador y los teclados del Conde quedaron apenas en segundo plano. Fuera de eso, la salida de audio fue irreprochable. La lista de temas se basó fundamentalmente en sus tres últimos discos. Lo cual es casi nada, si se tiene en cuenta que llevan editados once discos. Pero más allá de los graffitis con los que llenaron las paredes de Buenos Aires, el nombre de la Mancha recién empezó a sonar con fuerza cuando salió Juego de locos (2002).
Llamó la atención la ausencia de gente como el notable saxofonista Pablo Puntoriero, que hizo aportes decisivos en Espíritu. «Queríamos preparar un show que pudiéramos hacer cuando estamos de gira, nosotros solos», explicó Franchie. Así, en la noche del sábado no hubo invitados, pero sí algunos amigos que pasaron a saludar, como Willy de Los Tipitos y Piraña, guitarrista de Uva Chinche, antes con el Soldado. Amigos que, ya que estaban, se subieron a tocar un poquito.
No sólo de material propio vive la Mancha, también hubo covers. Estuvo Mi semilla, de los uruguayos La Vela Puerca («pero a nosotros no nos importa lo que está pasando entre nuestros gobiernos, porque nos une la música», Quieto dixit), que grabaron en «Juego de locos»; pasó la versión en castellano de Lodi, de Creedence, viejo caballito de batalla del grupo; hicieron Vagabundear, de Serrat, incluido en Espíritu; salió de la galera Como ganado, de Intoxicados. Curiosamente, no hicieron El sur de la ciudad, de Pappo’s Blues, que grabaron en el nuevo disco.
Los grandes protagonistas de la noche fueron Manu y Franchie. Después de todo, por más que el origen de todo es la canción, los solos de guitarra son la quintaesencia del rock. Pero el resto de la banda no hizo poco, ni mucho menos. La batería del Tano y el bajo de Carlitos crearon una base paquidérmica sobre la que se movían los demás instrumentos, con aportes del teclado del Conde, que metía dedos en los (pocos) espacios libres que quedaban.
Cuando la lista ya terminaba, Manu hizo cantar a todo el estadio Brujería, de sus amigos Los Tipitos. Saludo y emotivo final. Como él mismo repite todo el tiempo: «Qué lindo es el rock».
Fuente: Diario Clarin – Rock.com.ar