Con guitarra acústica, el solista se regodeó en su perfil tanguero, sin olvidarse de Don Cornelio y Los Visitantes. La crónica de Germán Arrascaeta, para La Voz del Interior.
Difícil situarse objetivamente frente a Palo Pandolfo. Es que el tipo entregó obras cumbres del rock de arrabal. Con Don Cornelio, a fines de los ‘80, lo hizo entre la luminosidad asistida de Andrés Calamaro (Don Cornelio y La Zona, el disco) y un coqueteo con los extremos y el ser nacional (mucho, pero mucho antes que Bersuit, y en Patria o muerte). En los ‘90, tanto trajinar de adoquín se filtró en la obra de Los Visitantes (mucho, pero mucho antes que Los Piojos y, va de nuevo, que Bersuit).
Entonces, cuando uno asiste a un concierto como el que Palo ofreció el viernes, en un Luz y Fuerza lleno de treintañeros al que rock actual no los representa, no sabe si enojarse por lo chanta que resulta al dejar sus perlas libradas a su suerte o, como dice Spinetta, darle “gracias por estar”.
Palo partió su show en tres, La primera parte lo tuvo solo, sentado y con su acústica como caja de resonancia de cierta taquicardia ciudadana y folklórica. Y en ella, hizo comulgar loas inteligentes a la madre tierra con su clásico Cenizas y diamantes. En la segunda, se sumaron los guitarristas de Me Darás Mil Hijos, la banda de apertura, para entrarle de lleno al “gotán”. Por entonces, la alternancia fue entre el brillo interpretativo de Balada de los tres ahorcados, con música del Tata Cedrón sobre poema de Juan Gelman, y la revisión de Sur. Ésta última estuvo muy cercana al clisé, con el remate de la interpretación jaqueado por el olvido de la letra. ¿Era necesario airear ese berretín? El equilibrio en materia de excelencia llegó con las versiones de La búsqueda de la estrella (Spinetta, del ‘71) y Vamos mujer (Quilapayún).
Vamos a la tercera, la más divertida, según Palo. En ella se sumaron un contrabajista, que no fue Federico Ghazarossian, y un baterista, y se entregó el repertorio más complaciente. Sangre, Antojo, Ella vendrá, Bip bap um dera y Todos somos el enviado, entre otros, fueron ejecutados como si la entrega fuera de entrecasa. Y, la verdad sea dicha, hubo clima para algo semejante: el público era cautivo y tolerante a repasos con pifies y con el vibrato característico de Palo, que suele desembocar en un estuario de gritos y voz ronca.
Más allá de la sensación de que sus canciones serán clásicos obligados de la música popular argentina, por allí quedó la sensación que Pandolfo nos debe un show. Ya pagará.
Publicado en Diario La Voz del Interior