Luego de 16 años de carrera, Fear Factory llegó a Buenos Aires para abrir su primera gira sudamericana. La banda fundadora del cyber-metal hizo delirar a sus fanáticos con sus temas más clásicos pero dejaron sabor a poco con una prestación de escasos 75 minutos. Entrá y dejá tu comentario del concierto.No puede decirse que no cumplieron con la expectativa, pero lo cierto es que cuando se encendieron las luces del estadio Pepsi Music (ex Obras), la inmensa mayoría del público no parecía entender que el show había terminado luego de 75 minutos de potencia extrema. “Lo bueno si es breve, dos veces bueno” reza el refrán. Y el concierto con el que Fear Factory abrió su gira latinoamericana cumplió con los adjetivos del remanido adagio.
Y es que de por medio había una gran expectativa en varios seguidores que aguardaron desde el principio de la década del noventa, cuando la inmensa mayoría de las bandas metaleros incluían a estas Pampas en su agenda, llámense clásicas como Iron Maiden, Metallica, Megadeth o Sepultura, o menos renombradas como Kreator, Saxon y Exodus.
Vinieron de a decenas, pero Fear Factory, que comenzaba a sellar su impronta en un nuevo sonido, el cyber-metal, no había puesto nunca un pie en la Argentina.
Pero la primera vez lo hizo pisando fuerte, ya que abrieron con 540,000 Degrees Fahrenheit, el primer track de Transgression, su última placa. El tema que le puso nombre a ese disco fue la segunda canción que ejecutaron.
Tan solo con eso ya Burton C. Bell mostró, también en vivo, porque es uno de los mejores vocalistas del metal. Al verlo en escena se piensa que es la encarnación musical de doctor Jekyll y Mr. Hyde, el personaje de la literatura del terror en el que convivían dos seres, uno apacible y otro despiadado.
Pues bien, en el estadounidense habitan dos voces, una básica, primitiva y bestial, la que acarrea desde su esencia propia del death metal, pero también otra que se ubica en las antípodas, melódica y que hasta se anima a coquetear con fraseos de rap. Y eso indudablemente es uno de los sellos de la banda
El otro lo marca el soporte alucinante que generan el guitarrista Christian Old Wolbers, el baterista Raymond Herrera y el bajista Byron Stroud.
Bell es el rostro de ese Terminator construido por la banda, los otros tres son los engranajes de una verdadera máquina de potencia.
“Esta es la primera vez que tocamos en Sudamérica en toda nuestra carrera, y estamos muy contentos de que sea en Buenos Aires el comienzo”, se escuchó desde el micrófono del vocalista, para que el público delirara.
“Pero ahora los vamos a llevar en un viaje en el tiempo. Vamos a irnos a 1995, vamos a tocar algo de Demanufacture”, anunció Bell y comenzó el ensueño.
Lo que siguió a continuación fue uno de los puntos más altos de la noche: Demanufacture, Self Bias Resistor y Zero Signal, tres tremendas descargas del álbum fundamental de la banda.
Resultaba increíble la precisión de Wolbers, Herrera y Stroud, empeñados en ejecutar aun a mayor velocidad a los ya de por sí velocísimos y machacantes temas. Bell practicaba el juego que mejor maneja: en una estrofa acariciaba los oídos y al instante los sacudía como de un puñetazo.
Luego llegó el momento de recorrer Obsolete, el cuarto trabajo en estudio de los Fear Factory, quienes decidieron hacerlo con dos clásicos como Shock y Edgecrusher, para que las cabezas revolearan y el “hey/hey/hey”, acompañado de saltos constantes, se apoderara del estadio.
El concierto se estaba poniendo verdaderamente “al dente” y se esperaba lo mejor. Luego del inevitable paso por canciones de las primeras placas, y con el celebrado Archetype, uno de los temas más cantados, el público empezó a pedir por Replica, el mayor hit de la banda y que en su momento le abrió un lugar en MTV.
“Pero eso viene al final del show”, replicó Bell. Y entonces comenzaron los acordes de Linchpin y el grito de “Can’t take me apart” retumbó en todo Núñez. La fábrica ya había calentado máquinas y esa prestación fue inolvidable con el vocalista poniendo un énfasis detallado en la letra y arengando a los espectadores para que lo acompañaran, mientras Wolbers y Stroud sacudían las cabezas como enajenados y Herrera parecía que iba a tomar vuelo con el ímpetu que le ponía al doble bombo, que sonaba con el poder de un redoblante.
Y entonces sí, para mantener la adrenalina bien arriba apareció Replica, coreada a más no poder. Pero como bien lo había anunciado Bell, era el final del show. Los integrantes de la banda se fueron e instantes después volvió el vocalista para entonar Timelessness, la pieza en la que muestra su rol más armónico mientras una pista con sonidos de teclados lo acompaña de fondo.
Y fue todo, apenas habían transcurrido 75 minutos y, salvo por el propio Bell, quien dijo una frase de ocasión, y Wolbers, quien se paseó muy subrepticiamente con una filmadora por entre los instrumentos, no hubo una despedida formal de la banda. Es decir, no se agruparon en el medio y saludaron ni nada por el estilo. Una actitud algo extraña, cabe decir.
Al fin y al cabo, en un cyborg habitan la pasión del hombre con la frialdad de la máquina.
Que bueno!
http://www.bajobajo.com.ar