Rock barrial, el candombe, vientos, punk melódico
y alternativo. Cóctel de estilos, y de público, con El Otro Yo, NTVG,
Las Pastillas del Abuelo y Smitten.
El Otro Yo
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Después del breve receso del lunes, se reanudó el Pepsi Music
con renovadas pilas para la primer fecha Indoor de la maratón del rock.
El clima agradable en Buenos Aires se convirtió en calor infernal
adentro del Templo del Rock, donde el humo y las remeras empapadas hoy,
como siempre, siguen siendo parte del ritual.
Imposible catalogar al público que esperaba sentado en el piso.
Además de la diversidad de edades, convivían en el mismo grupito
remeras de todos los estilos, desde La Vela hasta los Stones, pasando
por referentes tan dispares como El Bordo, Cielo Razzo, Callejeros, Die
Toten Hosen, Sumo, Divididos o La Renga. Sumados, claro, a las de las
bandas que tocaban, la noche arrojaba como resultado un cócktail
bastante particular.
«Flaca, ¿Qué pasó con Once Tiros? -preguntó alguien- Estaba anunciado, qué bajón. Ahí tenés una queja para poner».
Pero ése no fue el único reproche por parte de los fanáticos respecto
de la organización. Y es que la fecha estaba claramente dividida en dos
bandos: por un lado, el rock barrial, el candombe y los vientos, con
Las Pastillas del Abuelo y No Te Va Gustar. De la vereda de enfrente,
el punk melódico, en manos de Smitten y El Otro Yo, ubicados a ambos
extremos del cronograma.
Smitten: en ascenso
El reloj marcaba las 18:45 cuando Smitten subió al escenario.
Cientos de fans esperaban para presenciar el siguiente gran paso de la
banda -venían de llenar un Teatro en junio- que, si bien lleva 11 años
de trayectoria dentro del circuito punk-hardcore, no fue hasta este año
que se hicieron más conocidos a nivel masivo, tras su participación en
el disco «Pappo versionado».
«A ver, ¿cómo suena Obras?», decía Chuky en los primeros acordes de «Dame».
Acto fallido, o cuestión de costumbre: es que todavía cuesta despegarse
del mítico nombre. Acompañados por el constante coro de su gente,
interpretaron un enégico set que incluyó mucho de lo nuevo más algo de
los comienzos, como «Camino al destino» dedicado «para la gente que nos sigue desde siempre».
Ahí, entre el público se agitaban los chicos de MSTP, que van con
Smitten a todos lados desde hace años, y esta vuelta, mezclados con el
público que se sumó de un tiempo a esta parte, se ganaron la
dedicatoria.
Guitarras fuertes y buenos arreglos vocales, con cierto tinte pop
(demasiado «blando» para ser punk, critican los detractores de la
banda) componen el sonido de Smitten. Los covers, bien logrados,
resultan un gancho letal para este tipo de shows. La lista incluyó «No tan distintos» de Sumo, «Desconfío», el clásico de Pappo que los catapultó al mercado, y un popurrí que arrancando con «Nada», derivó en una seguidilla que incluyó «Smells like ten Spirit» (Nirvana), «Buddy Holly» (Weezer), «Seven nations Army, Holiday» (Green Day), «Enter Sandman» (Metallica) y «Take Me Out» (Franz Ferdinand), para terminar -mención a Pity de por medio- con «Quieren rock».
«The Fashion» y «La Mentira», el corte-difusión del
anteúltimo disco, fueron los elegidos para el cierre. Un final que
encontraba a Chuky revolcado en el piso y a Patrick al mando de la
batería.
Las Pastillas del Abuelo: prueba superada
El público presente fue testigo de la llegada a la meca de esta
banda de nombre simpático que no pasa fácilmente desapercibida, y menos
desde hace unos meses, que fue tomando envión, cada vez con más fuerza,
por Capital y alrededores.
Las Pastillas del Abuelo llegó ahí gracias a la gente. El año pasado
fueron ganadores de un concurso de Day Tripper (Rock & Pop), y por
eso participaron del Pepsi Rock 2005, en el predio al aire libre. Pero
la verdadera cuna del rock sigue estando a unos metros, y bajo techo.
Así que el Día 5 del festival era una fecha de debut y fiesta. «Por favor, gente, vamos… vamos a romper las pelotas hoy». De más estaba el pedido: el público se encargó de que así fuera.
Los trapos desde la platea -espectáculo poco común en el paisaje
criollo post-Cromañón- y los cientos de globos con el nombre de la
banda que se agitaban en el campo vistieron el predio indoors del Pepsi
Music. Los pastilleros coparon el estadio y no pararon de corear las letras, desde «Chaka», que encabezó la lista, hasta el cierre con «Vuelta de tuerca». Tal vez por eso las palabras constantes de agradecimiento de Juan «Piti» Fernández. «Gracias por el aguante, no lo podemos creer». El recital de LPDA se vivió como una fiesta de principio a fin.
La banda tiene una variedad amplia de sonidos, que resulta de la
fusión del rock con otros estilos como candombe o reggae, buen marco
para las historias que narran las letras, que anoche fueron coreadas de
punta a punta por todo el estadio. Como «La Cerveza» o «El candombe loco», una murga pegadiza con pasta de hit.
Piti no paraba de saltar arriba del escenario. «Aplaudan como si fuera el último día, la vida es corta»,
decía. El debut de Las Pastillas en el Estadio Pepsi fue, sin dudas, un
instante que pegó fuerte en el presente de la banda, resumido en las
palabras del cantante: «Impresionante esta noche, un sueño cumplido».
NTVG: les queda chico
Faltando quince para las 21 llegó el turno de No Te Va Gustar. La propuesta fue «hablar poco y tocar mucho»,
dado el show compacto que estaba programado, pero lo cierto es que
después de la hora y monedas que duró, y un estadio Pepsi que estalló
con su presencia, quedó claro que los uruguayos ya juegan de local en
Buenos Aires.
En un recorrido parejo por sus tres discos, NTVG paseó al público a
través de su música de colores variados, en la cual la sección de
vientos, compuesta por Martín Gil (trompeta), Denis Ramos (trombón) y
Mauricio Ortiz (saxo), resulta el elemento clave.
«Clara», entonada al principio sólo por el público, estuvo dedicada a la gente de Munro, de donde el cantante es oriundo. «Más Mejor» y «Al vacío» fueron dos de los momentos más arriba del show; «No necesito nada», en cambio, fue la excusa para el beso entre muchas parejitas. «Más feliz», el reggae de letra optimista, desembocó sorpresivamente en un fragmento de «Mañana en el abasto». Tampoco faltó «Verte reír», convertido en hit radial el año pasado, pero que sin embargo tuvo tanta repercusión como el resto del set.
«Somos argentinos, uruguayos, y si fuésemos chilenos, o habría ningún tipo de problema. No nos discriminemos entre nosotros»,
fue el mensaje en la voz de Emiliano. Y si de algo no quedan dudas,
después de ver a la gente coreando sin descanso los temas, es del
acercamiento entre ambas orillas rioplatenses, al menos en el plano
musical. NTVG copó el estadio, que de haberles quedado chico. Y la
popularidad que alcanzó, sumada a su emparentamiento en cuanto a
estilos con La Vela Puerca, generar la sensación que no estaban en el
día y en el espacio indicados. Y los fanáticos lo iban a hacer notar.
El pasillo de entrada al campo se había convertido en la sala de
espera para una multitud de grupitos de raya al costado, camperitas y
pantalones cuadrillé, además de la infaltable mochila con estampa. Los
cintos con tachas, hebillitas de colores, las medias a rayas y la
bijouterie de cotillón, anunciaban lo que estaba por venir.
Adentro, también se palpitaba el final. Faltando tres temas, la
despedida era inminente. Pero el ambiente que se había generado daba
para seguir mucho más. Y el público de NTVG, entre los cantitos de
aliento a la banda empezó a deslizar un «El otro Yo, el otro yo, se va a la puta que lo parió», que los uruguayos, desde el escenario, trataron de apaciguar con buena onda.
Después del cierre bien arriba, con «No era cierto», NTVG se
despidió cediéndole la posta a la gente de El Otro Yo, en una fecha de
una increíble dualidad de ondas, y un criterio de organización,
definitivamente, no muy acertado.
El otro yo: eléctricos y acústicos
El cruce entre la salida de un público y la entrada de otro fue una
guerra de cantitos que por suerte no pasó a mayores, pero no estuvo
bien previsto. En el pasillo, el canto que había empezado a correr por
el estadio como un rumor, en el pasillo se convirtió en grito de guerra
contra los de El Otro Yo, que respondieron «El que no salta es un Stone».
Menos de medio estadio estaba completo cuando la banda liderada por Cristian y María Fernanda Aldana salieron al escenario. «Que groso, quedó vacio»,
decía un fanático de EOY al entrar al campo. Actitud relajada, casi a
prueba de balas, la que caracteriza al público alternativo de la banda,
que se encendió con los primeros temas y acompañó las voces con el
clásico mosh.
Una performance de 27 temas que estuvo dividida en dos partes: al
principio, un set muy al palo con los temas más fuertes de la banda,
encabezados por el tradicional «La música» y siguiendo con «Pecadores», «69», «Desatándonos» e «Inmaduro»,
entre otros. El Otro Yo fue la única de las bandas de la noche cuyo
despliegue escénico incluyó proyecciones en la pantalla, distintas en
cada canción.
«Violet» dio inicio al set acústico, que levantó con «Nuevo orden», revivió el clásico «Alegría» y cerró a pleno con «No me importa morir».
Al final, Cristian agradeció a la Unión de Músicos Independientes,
artífices del crecimiento de ellos, y muchas otras bandas que aspiran a
gestionarse sin ayuda de las grandes discográficas.
Así, tras una enérgica hora y media, EOY cerró la fecha 5 del Pepsi
Music, ante su poca pero fiel convocatoria, haciendo eco de su frase: «La música que escuchan todos… yo no la escucho».
Fuente: Rock.com.ar