En la noche más esperada de todo el festival, Marilyn Manson cantó ante 22 mil personas. Antes, El Otro Yo, Cabezones y Massacre calentaron la jornada.

Impresiona, de verdad. Pero no por las cuestiones obvias de aspecto, sino por su magnética escena (nadie hasta el momento caminó el escenario del Pepsi como él), por su personaje (montado de manera perfecta), por su voz en excelente estado, el sonido (fuerte como corresponde, con una mezcla nítida como debe ser), su espectáculo (que va más allá de las citas a filmes clase B o a Alice Cooper), su banda (que entendió de maravillas todos los trucos del dark, el rock gótico y el industrial) y un show corto pero contundente. Marilyn Manson, un artista con todas las letras.

Ya habían pasado más de quince minutos de la hora pactada para que Marilyn Manson saliera al escenario y, aunque la impaciencia se hacía insoportable, todos sabían que éste, el más importante show del festival, no los iba a decepcionar. Y así fue: desde el primer tema, «If I was your vampire», aunque no fue la más contundente elección para comenzar, la fuerza del recital del Reverendo fue creciendo, pasando por los hits «Disposable Teens», «mObscene» y la combinación entre «Sweet Dreams» y «Lunchbox».


Los elementos de color no pudieron faltar: con una suerte de antifaz fucsia pintado en la cara, Manson prefirió no utilizar los grotescos juegos de leds instalados por defecto en el escenario principal en pos de favorecer una puesta basada en luces que interactuaban con su maquillaje fluorescente. Su vistoso vestuario fue mutando durante todo el show y los accesorios lo completaron: su micrófono se convirtió en cuchillo durante el primer tema (al mejor estilo Alice Cooper) y, para adornar su nuevo corte «Heart-Shaped Glasses», se puso los mismos anteojos con forma de corazón que usó para filmar el clip. El clímax de la velada lo alcanzó con «Fight Song» y el esperado «Beautiful People» cerró la presentación de la Bestia aunque, en total, haya tocado tan sólo doce temas.

Antes de Manson, El Otro Yo demostró que el segundo escenario les quedó, como era de suponerse, chico. Con Diego Vainer como invitado en teclados (además del Brujo Gabriel Guerrisi, ya miembro estable de los de Temperley), los hermanos Aldana y Ray Fajardo funcionaron como el motor de un Fórmula 1 del segundo pelotón (un Honda, por poner un ejemplo tuerca), con todas las ganas de pelearle a los de arriba del podio. Cuando sonó un hit inoxidable como «La música», quedó claro que canciones no les faltan.

Corriendo con mejor suerte que el año pasado, la presentación de Massacre en el marco de este festival estuvo bañada por el sol y no por la lluvia. De todas formas, y como siempre, Walas se comió el escenario y bendijo a todos «los vampiros» concurrentes con su histrionismo y su humor. Comenzando con «Mi mami no lo hará», la banda completó la tarde rindiendo «homenaje al último glam de esta época, Marilyn Manson, con un tema de aquella época», y sonó «Ziggy Stardust» de David Bowie, en una toma más parecida al cover que realizó Bauhaus en los eighties que al original.

Y después que Los Natas se pasearan por su habitual colección de temas en el segundo tablado (un show quizás no del todo apto para festivales de esta calaña, ya que la reducción de su concierto conspira con los climas setentosos y psicodélicos que crean Villagra, Broide y Sergio Ch), Cabezones salió a escena, presentando su nueva formación que incluye, aparte de a César Andino y a Alejandro Collados, a Leonardo Licitra y Pablo Negro (guitarras) y Matías Terragona (bajo). Con un frontman no del todo recuperado tras el accidente que sufrió junto a Gaby Ruiz Diaz (se mostró sentado en una silla de ruedas, y arengó por la recuperación del bajista de Catupecu Machu) el grupo recorrió toda su trayectoria, con la potencia dark y guitarrera de siempre.

Tras un poderoso set de Cuentos Borgeanos en el escenario CTI, el escenario Pepsi ardió con una descomunal presentación de Carajo. El power trío sonó encendido, haciendo ver que lo suyo es un paso 2.0 en dentro del nü metal. Hardcore, elementos progresivos, hard rock de los seventies, rock alla Korn: todo bajo una ejecución sin fisuras, que revaloriza la propuesta de la banda liderada por Corvata. Una propuesta a tener en cuenta, más allá de los gustos. La puesta, que también resultó innovadora, incluyó un grupo graffiteros coloreando dos grandes paneles con el arte de Inmundo y rollos de papel higiénico que volaron hacia el público durante el último tema, «Sacate».

Con un repertorio que incluyó una versión más ska de «La bolsa» de Bersuit y un muñeco gigante de una Estatua de la Libertad satánica para su tema «Prepotencia Mundial», The Locos calentaba el CTI. Pero la verdadera opción era caminar unos metros, entrar a la cancha de hockey y ver la performance de El Mató a un Policía Motorizado. Después de presenciar su breve concierto, queda claro que Santiago y los suyos fueron testigos (en La Plata, y en vivo y en directo) de la electrocución de un agente de la ley. Al menos eso se desprende al escucharlos hacer el hit under «Amigo piedra», por citar el ejemplo quizás más conocido. Un must para entender que se sigue cocinando en la inagotable cantera de rock nacida en la ciudad de las diagonales.

Fuente: RSLA