En el último día del festival se proyectó el documental Luca. Los Pericos, Kapanga y León Gieco hicieron vibrar a los 20 mil espectadores. La frutilla del postre fue la banda de Ciro, que desarrolló un recital impecable.
El de Cosquín Rock fue un final de película, en doble sentido. Por un lado, en el cierre se proyectaba el documental Luca, de Rodrigo Espina; por otro, Los Piojos coronaba otra edición del festival serrano ante más de 20 mil seguidores que llegaron a la Comuna de San Roque.
En un marco inmejorable para una fiesta de rock, la banda de Andrés Ciro Martínez dio un recital impecable, con sus clásicos situados de manera alternada en la lista de temas, por la que también desfilaron algunos de Civilización, su última placa. En su show se pudo apreciar la escenografía con la que vienen presentando su disco, una puesta pocas veces vista en este festival, con dos pisos y leds individuales para cada integrante.
Así sucedieron, entre otros, Desde lejos no se ve (tema de apertura), Te diría, Pistolas, Labios de seda y Maradó, cuya introducción en verso fue pronunciada por la multitud. Finalmente, pasada la medianoche del domingo, el grupo cerró con Farolito mechado con Viejos vinagres, de Sumo.
El último día del Cosquín Rock se vio amenazado -una vez más- por el clima, cuando por la tarde cayó un diluvio sobre el predio, lo que hizo que los escenarios se demoraran unos minutos en arrancar. Pero al rato las nubes se fueron, salió el sol y en esa postal se llevó a cabo la última jornada del festival.
El primero de los escenarios que largó fue el temático Reggae, con los santafesinos Invisibles, quienes luego le cederían su lugar a Umbanda. El principal largó a las 17.15 con Agrupación Skabeche, un divertido cóctel de ska y rock, que mostraba a sus integrantes de bermudas y remeras, como presagiando la jornada de clima veraniego.
Unos minutos más tarde subiría Chancho en Piedra amparados en su funky rabioso, una banda que si bien cuenta con el aval de una larga trayectoria en sus tierras, los chilenos debieron probar suerte en clima festivalero. Los que presenciaron el show se llevaron una buena impresión. Otro grupo trasandino que anduvo bien fue Blackout, que tocó en el Nitro.
Luego llegaría Los Pericos con una batería de sus hits (Complicado y aturdido, Runaway, Nada que perder), provocando los primeros saltos del público, y más tarde sería el turno de Kapanga, quienes también ofrecieron sus canciones más celebradas para el delirio de la gente. Ambos grupos apelaron a los covers para agitar el avispero: la banda de Juanchi Baleiron probó con una versión reggae del clásico de Nirvana, Smells like teen spirit, y lo del Mono y los suyos fue variopinto: desde Radios de Emmanuel Horvilleur hasta la canción de Beto Quantró (personaje de Peter Capusotto), pasando por un efectivo popurrí de la Mona Jiménez.
A esa hora, los escenarios secundarios ya tomaban color. El temático se hizo verde, negro y amarillo con los acordes suspensivos del reggae, y el Nitro aportaba rock duro. Hubo un momento en que esa zona fue doblemente cordobesa. Al mismo tiempo, en el Nitro tocaban las chicas de Lucila Cueva y en el temático La Coca Fernández sacudía a sus seguidores.
Más tarde llegaría el turno a Fidel Nadal, que en vivo es como la arena caliente: no deja que los pies toquen el piso. Dancing Mood, Resistencia Suburbana y finalmente Nonpalidece fueron las otras bandas que se presentaron sucesivamente en el temático reggae. El escenario Nitro contó con el mayor número de espectadores con sus dos últimas presentaciones: el combo conformado por Botafogo, que aportó una cuota de su virtuosismo blusero, y Viticus, con los infaltables clásicos del Carpo.
En el escenario principal también se dio el gusto “Panchito” Chévez, invitado de lujo de varios pesos pesados del rock nacional, quien presentó a su grupo y sus canciones, una mezcla de rock folk con algo de rumba y que en un momento tuvo a Germán Daffunchio de invitado especial.
León Gieco comenzó a las 21.40 con Hombres de hierro, mientras las pantallas lo proyectaban en su versión más joven. El trovador aportó el costado social, donde el mensaje adquiere preeminencia por sobre el resto de las cosas. Le seguiría un bloque de Porsuigieco y otros infaltables de su repertorio como De igual a igual, El ángel de la bicicleta, Cinco siglos igual y Sólo le pido a Dios para el cierre, con su tradicional apelación a la memoria colectiva.
Un suelo convertido en barro y un cielo estrellado fueron el marco para recibir a Los Piojos. Y así llegó el cierre del festival, con indicios de que el año que viene tiene ganas de volver.
Fuente: Terra